Los ojos en sus manos, el alma en su boca

75 años en los que la ONCE ha demostrado que es posible ver la vida desde otro punto de vista

Son las tres y media de la tarde. Acaban de terminar las jornadas de voluntariado pero todavía no ha comido, sigue atendiendo a las personas que no quieren marcharse sin despedirse de ella. El despacho se ha quedado ya vacío y solo quedan Paqui Torres y ella en las dos mesas colocadas en paralelo, de espaldas a la ventana. “¿Paqui, me has dejado preparado todo? Acuérdate de que tienes que avisar a para que me desvíen las llamadas a este despacho. Al móvil que no me llamen, tengo que avisar a los tiflos para que me lo arreglen”. Ya está casi todo listo, esta tarde Florentina Llorden es quién se encarga de atender el departamento de voluntariado.

Flor es afiliada a la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) desde 1980, tenía 33 años cuando cuatro desprendimientos de retina y tres operaciones le llevaron a la ceguera. “Después de haberme quedado ciega total, con los tratamientos llegué a recuperar cierta visión de bultos y colores, pero después del último golpe lo volví a perder todo. Puedo decirte que de estar en la absoluta oscuridad a ver luces, que es lo que veo yo ahora, hay mucha diferencia. Es asombroso, no te puedes ni imaginar lo que es la alegría de saber si es de día o es de noche”, dice mientras maneja su máquina de braille hablado a un ritmo tan frenético que las palabras de la voz robótica que van sonando a través del altavoz, se atropellan sin dar opción al entendimiento. Nunca antes había tenido contacto con personas invidentes y su integración en la ONCE le permitió adaptarse a la vida y tener el sorprendente grado de independencia con el que se maneja.

Esta organización nacional está formada por 135.000 trabajadores, la mayoría de ellos discapacitados visuales, lo cual hace evidenciar la efectividad de las tareas de rehabilitación que se realizan dentro de la misma.

Leonor Pérez Lucas tiene su despacho en la tercera planta del edificio de la Delegación Territorial de Madrid, dos más abajo del piso donde Flor trabajará toda la tarde. Lleva dos años y medio ejerciendo como presidenta de la Delegación Territorial en Madrid y también es ciega. “En la mayoría de los casos quienes ocupamos puestos dentro de la ONCE somos personas con discapacidad visual. Hay que tener en cuenta que somos nosotros los que conocemos cuáles son nuestras necesidades y nuestras capacidades. Somos los que mejor vamos a poder representar al resto de las personas ciegas”, comenta sobre su cometido en la delegación.

Fue elegida para ese puesto por las votaciones de los afiliados en las elecciones que se celebran cada cuatro años de manera interna. Para ella tener esta discapacidad y que sus ojos no le dejen ver más allá de lo que las manos aportan a su imaginación, no implica más barreras que las que ella misma quiera ponerse: “En cuanto alguien nos conoce es capaz de entender que somos capaces de ser madres, de ser periodistas, de ser trabajadores o cualquier otra cosa que sea la sociedad, aunque a veces sea de otra manera, por otros medios o con otras ayudas. Es importante que nosotros mismos, quienes padecemos esta discapacidad, seamos conscientes de que podemos alcanzar los mismos objetivos que el resto de la ciudadanía”.

Dentro de todo el territorio nacional, Madrid es donde se concentra el epicentro de su actividad, ya que aquí se encuentran la delegación territorial, el consejo general y once agencias administrativas que se encargan de acercar a la ONCE a sus trabajadores y afiliados. Son 71.460 personas las que están afiliadas y Madrid es la segunda comunidad de España donde más se concentran, después de Andalucía, con 9.740 discapacitados visuales.

La razón de ser de esta organización radica en los servicios sociales que permiten a los discapacitados aprender a desarrollarse de manera autónoma. “En otros países se ha conseguido que a los ciegos se les de pensiones, pero lo que nosotros queremos es trabajar y ganarnos la vida. Poder tener medidas de accesibilidad para movernos por las calles, tener nuestras casas, nuestras parejas y nuestras familias”, para Leonor eso es lo más importante de su trabajo.

Felicidad recíproca

El departamento de atención al mayor, cultura y ocio es una de las unidades más importantes dentro del departamento de los servicios sociales. David Olalla es su responsable en Madrid y se encarga de coordinar, junto con el resto de su equipo, todas las actividades socioculturales, deportivas y de voluntariado. “El ocio y la ocupación del tiempo libre son la manera de canalizar a este colectivo de manera divertida y apasionante a través de la cultura y el deporte y eso, en definitiva, nos enriquece, nos hace tener más bienestar social y ser más felices”, comenta David y aclara que lo más importante es ajustarse a las necesidades de los deficientes visuales.

La labor más destacada del voluntariado es el programa de acompañamiento. El número de demandas de este servicio es abrumador y los 223 voluntarios que actualmente colaboran con la ONCE en la Comunidad de Madrid se encargan de realizar esa tarea. Una parte de ellos se reunían en las jornadas que se preparan cada año para introducirles en la preparación de esas actividades. Jubilados, estudiantes, trabajadores en paro o madres de familia, hombres y mujeres a partes iguales y de muy distinto perfil colaboran para hacer la vida de quién no puede valerse por sí mismo un poco más fácil. Una tarea de filantropía que, aunque a veces aparece con ambiciones egoístas como satisfacer la felicidad personal, sirve de mucho a quienes la vista les ha sido arrebatada.

Flor es ciega, pero también voluntaria. Su labor en este departamento cosiste en enseñar a los recién llegados a manejarse con los invidentes. Caminar un paso por delante del discapacitado, prestar su brazo para que puedan agarrarse con seguridad, colocar el brazo en la espalda cuando un paso se estreche… Les enseña a convertirse en la mirada de su acompañante y a transmitir la seguridad suficiente para que el invidente pueda sentirse lo más cómodo que pueda al salir a la calle.

Reaprender a vivir

Pero el quedarse ciego no sólo implica el volver a aprender a caminar. Es volver a nacer de nuevo y reaprender a vivir a oscuras. “Quedarme ciega significó sentirme indefensa de momento. Depender de todo de los demás. Fue muy duro, pero tuve la suerte de tener la familia que tengo, que me apoyó sin permitirme flaquear, en su justa medida”, reflexiona Flor sin atisbos de tristeza. Cambió su forma de mirar y descubrió que a través de las manos y de los oídos también es capaz de ver: “Tú me ves con tus ojos, pero yo te veo con los oídos. Con tu voz puedo distinguir cómo estás. Muchas veces pienso que yo no te puedo ver a ti, pero tú tampoco puedes verme a mí. Es a través de los ojos como conoces a la gente y si mis ojos están muertos tú tampoco vas a poder ver lo que yo siento. Dicen que se ve a través de la mirada, pero si me miras a mí es imposible ver mis emociones si no penetras dentro de mis ojos. Puede que sea un falso consuelo, pero yo lo veo con lógica”.

Le gusta la música, sobre todo Julio Iglesias, dar paseos por Madrid y prepararle la comida a su madre con la Termomix. Le divierte salir con sus amigas a comer e ir al teatro. La radio es su compañero incondicional por las mañanas y recordar los colores cuando sueña es para ella lo mejor de estar dormida. Muchas de las actividades rutinarias que Flor realiza son igual de comunes que las de la vida diaria de cualquier persona, pero gracias a la aplicación de técnicas como la lectura del braille o la tiflotecnología, la adaptación de esas tareas a invidentes hace que sean mucho más sencillas.

La tiflotecnología es una técnica que nace de la necesidad de facilitar el uso de los aparatos tecnológicos a los deficientes visuales. Sin estas adaptaciones, como la línea braille en el teclado de los ordenadores, el sistema de lectura de pantalla denominado “Jaws” o la aplicación de “VoiceOver” en los teléfonos móviles, la integración de los ciegos o deficientes visuales sería mucho más complicada tanto para realizar tareas de estudio como laborales o simplemente de lectura.

Flor fue precavida y antes de enfrentarse a la ceguera total tomó la iniciativa y se inició en el braille, sistema de lectura y escritura para personas ciegas, de manera autodidacta. Eso le permitió ir con ventaja cuando perdió la vista y pudo sacarse el graduado escolar y la carrera de psicología. “Según algunos estudios, para poder entender y desenvolverse leyendo un texto en braille sólo hacen falta unas diez horas” afirma Alberto Daudén, secretario técnico de la Comisión Española de Braille.

En España la Comisión de Braille se creó en 1984, dado que las necesidades signográficas no estaban todavía satisfechas. La existencia de esta comisión abarca todos los ámbitos de aplicación del braille, que va desde la escritura y la lectura hasta la adaptación de determinados objetos como la etiquetación de medicamentos, de alimentos o de tarjetas con banda magnética. Abarca muchos aspectos aparentemente simples pero tremendamente esenciales para quienes han perdido el sentido de la vista.El sistema de lectura y escritura a través del tacto lo inventó el profesor francés Luis Braille a mediados del siglo XIX y, al igual que muchos aparatos adaptados, todavía hoy sigue teniendo una enorme utilidad para los invidentes.

Ya son 75 años los que la ONCE lleva prestando su servicio a discapacitados visuales. Este año la organización ha obtenido el premio Príncipe de Asturias a la Concordia, lo cual supone el reconocimiento de la sociedad al trabajo que realizan. 75 años vendiendo cupones en los que detrás de un premio está la calidad de vida de las personas ciegas. 75 años en los que ha conseguido que estas personas dejen de ser excluidas en la sociedad y puedan alcanzar los mismos logros que cualquier otra.

Ya son las cuatro y media y Flor ha conseguido arreglar su móvil. Suena la característica melodía de un Iphone, es hora de irse a comer. “¡Hola Celia! Si, si, ya bajo. ¿Dónde nos vemos?”